Mi nombre es Candela Mozzi, tengo 22 años. Me diagnosticaron linfoma de hodgkin cuando tenía apenas 19 años. Todo empezó por un ganglio inflamado, fue el único síntoma que tuve. Cuando no se iba con antibióticos, me mandaron a hacerme una biopsia y ahí llegó la noticia, como un balde de agua fría. Tendemos a pensar que porque somos jóvenes o llevamos una vida saludable estamos exentos de todo, pero ¿por qué a mí no me podía pasar? ¿Por qué no? Fue una de las cosas que aprendí, que no demos por hecho nada de lo que tenemos, que agradezcamos cada día porque no sabemos qué puede pasar mañana.
Lo más difícil era ver como mis amigos iban a la facultad, al boliche, mientras yo me sometía a una quimioterapia, con todos sus efectos. Yo, que toda la vida había tenido pánico a las agujas, que me desmayaba ante el mínimo pinchazo, ahora tenía que amigarme con ellas, y así empezó una pequeña historia de superación…
Fueron 6 meses de quimioterapia donde cada día era más difícil, yo creo que, si no hubiese sido por la fuerza que me daban mis papas y mis hermanas para seguir, no hubiese podido. Ellos fueron fundamentales para avanzar un poquito cada día.
Al terminar esos 6 meses, vinieron 15 sesiones de radioterapia. Ahí mi vida dio un giro inesperado, a través de una paciente que conocí, me agregó a un grupo de whatsapp de más pacientes, todos chicos jóvenes, que veníamos tratando diferentes enfermedades en Fundaleu. Ahí conocí al amor de mi vida. Un paciente que, a pesar de haberse tratado con el mismo médico, nunca había cruzado ni en la sala de espera. Desde el primer momento sentimos una conexión única, y sentí que la enfermedad había llegado para presentarme el amor y así todo tomaba sentido.
Cuando pensaba que lo peor ya había pasado, un nuevo estudio demostraba reaparición de la enfermedad y un nuevo tratamiento me esperaba. Esta vez mucho más fuerte y más duro. Será que la vida ya me había golpeado, que me sentía más preparada. Y así empecé un nuevo esquema de quimio de 4 días internada. Realicé 2 sesiones y un nuevo estudio demostraba persistencia de enfermedad. Ahí comencé con inmunoterapia con monoclonales (4 sesiones) y luego inmunoterapia + quimio (4 sesiones más). A principio de mayo 2019, una tomografía nos avisaba que finalmente, estaba libre de enfermedad, pero ahora debía realizar un autotrasplante de médula para que la enfermedad no vuelva a aparecer. Así comenzó mi última batalla.
El autotrasplante: no voy a decir que no fue duro, que fue fácil, pero si puedo decir que SE PUEDE y que es el camino a la curación definitiva. Estuve 25 días internada y cuando finalmente me dieron el alta, tuve que volver 15 días mas por fiebre.
A pesar de que fueron casi dos años y medios, los más duros y difíciles de mi vida, hoy puedo decir que me quedo con todo lo que me enseñó. Con todo lo bueno que me trajo, me distancié de personas que no sumaban, hice amigos nuevos que estuvieron en cada paso, descubrí que mi familia es lo más grande que hay, que son el motor de mi corazón para seguir, encontré el amor de mi vida que fue otro pilar fundamental para poder pasar todo lo que pasé (con el cual hace 2 años que estamos juntos) y entendí que hay que agradecer, hay que valorar cada cosa que tenemos, cada sonrisa, cada abrazo, cada beso y vivir el hoy; y sobre todo que SE PUEDE y todo pasa.
Quiero agradecer profundamente a todo Fundaleu, a mi médico Federico Sackmann, Gonzalo Bentolila, Ana Laborde, a cada uno de los miembros de funda, que son como una segunda familia, siempre me trataron excelente y fueron una contención para toda mi familia también. Enfermeros, recepcionistas, todos! Y a mi querido grupo de Fundaleuenses que los adoro.
Gracias por esta segunda oportunidad de vivir.
Candela.