Era el año 1992, tenía 20 años, trabajaba, estudiaba y hacía deportes. Disfrutaba de todas las actividades que hacía y solo pensaba en mi futuro.
Un día, ante una fuerte gripe, llamé al médico, quien me confirmó que estaba engripado y me recetó una medicación. Una vez curado, sentí ganglios en el cuello y pensé que eran de la misma gripe y le resté importancia pensando que pronto desparecerían. Luego, empecé a notar que no solo crecían, sino que aparecían en distintas zonas, como las axilas, cuello, abdomen e incluso en la cabeza.
Fue así, que mi padre me sugirió que viéramos al médico. Todos los estudios dieron bien y entonces se decidió hacer una biopsia del ganglio, y de ahí en adelante biopsias y punciones de médula, donde se detectó un linfoma no Hodgkin con un 50% de la médula infectada.
A partir de allí, empezamos a visitar médicos para saber con cuantas chances contaba y que era lo mejor para tratar la enfermedad.
Después de varias idas y vueltas y respuestas muy duras, llegamos a FUNDALEU y decidimos realizar el tratamiento allí.
Así comenzó un año duro de quimioterapia que terminó con el autotrasplante de médula, el cual se retrasó debido a un virus previo detectado por unas altas temperaturas y que implicaban más riesgos durante el trasplante.
Finalizado con éxito el tratamiento, retomé mi vida normal, terminé mi carrera, seguí trabajando y realizando actividades físicas. Fueron cinco años de mucha actividad y felicidad, hasta que luego de un viaje comencé a sentirme mal. Solo esperaba que no fuera otra vez lo mismo, pero así fue. Tuve una recaída, con la diferencia que esta vez ya sabía a donde dirigirme y que hacer, con lo cual me moví con mayor rapidez que la primera vez.
Nuevamente, inicié la quimioterapia y me realizaron otro trasplante. Esta vez quisieron que fuera alogénico teniendo a mi hermano como donante pero no pudo ser y finalmente llevaron a cabo el trasplante autólogo.
Ya pasaron 17 años de mi primer trasplante y 11 años del segundo, y acá estoy nuevamente haciendo una vida normal, trabajando, viajando por el mundo, jugando al futbol, al tenis y además, a la espera de ser padre cuando lo decida, ya que realicé una criopreservación antes de comenzar con el tratamiento de quimioterapia.
Llevo una vida normal, pero con una ventaja, ahora disfruto todo mucho más…Quiero aclarar que nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de mi familia, amigos, novia y el personal médico de FUNDALEU.
QUE ES FUNDALEU…
Como “egresado” de FUNDALEU, quería comentarles un poco de qué se trata para mí el entorno y el mundo “FUNDALEU” y empezaría diciendo que es como “el arma que necesitás cuando pensás que estás totalmente indefenso”.
Llegás ahí con la desilusión de afrontar una enfermedad que por ignorancia -hasta que te toca- pensás que se te viene el mundo abajo, hasta que te cruzas con este grupo de profesionales, médicos, enfermeras, asistentes, administrativos, donantes, etc., a la altura de las mejores clínicas del mundo, con esa vocación admirable de ayudar a los que pelean por sus vidas. Allí no sos “un paciente”, sino “el paciente”, con una atención personalizada y en lo único que tenés que preocuparte es entrar a la cancha a jugar tu partido, que por cierto no es nada fácil, pero sabiendo que tenés a tu lado un equipo, un técnico y una hinchada para pelearle a cualquiera.
Por eso, imaginate que lindo es poder ser parte de darle la posibilidad a mucha gente de no aflojarle a la vida, de recuperar la esperanza, de volver a soñar, a soñar con cosas simples.
Cuando uno se encuentra en esas circunstancias no sueña con ser el 9 de la selección o con viajar a la luna, sino con estar comiendo con su familia, tomando una cerveza con amigos, trabajando, etc.
Eso te brinda FUNDALEU, la posibilidad de que tus sueños se hagan realidad.